RESEÑA:
EL PABELLÓN DE ORO
Título: El Pabellón de Oro
Autor: Yukio Mishima
Editorial: Alianza Editorial
Canción Identificada: The Gold It's In The... (Pink Floyd)
Sinopsis:
Autor: Yukio Mishima
Editorial: Alianza Editorial
Canción Identificada: The Gold It's In The... (Pink Floyd)
Sinopsis:
Mizoguchi es un joven poco agraciado, lo que le ha convertido en solitario, taciturno y acomplejado: el mal y lo trágico invaden sus pensamientos. Su única fascinación es el pabellón de oro de Kioto del que su padre, monje budista, le ha hablado que es la encarnación de la suprema belleza. Tras su muerte, Mizoguchi entra como novicio en dicho templo. Se pasa el tiempo admirándolo: es su único objeto de deseo, su obsesión. Pero cuando despierta en él la sensualidad, esta belleza suprema se va a interponer en sus relaciones amorosas, le va a impedir tener otras admiraciones o afectos; se va a convertir en un obstáculo para la vida de verdad. Solo su destrucción le puede liberar. Su amistad compartida entre el amable Tsurukawa y el mefistofélico Kashiwagi, y sus desencuentros con el superior, Tayama Dosen, precipitarán los hechos. "El Pabellón de Oro" es una novela en la que, como en parte de su obra, el elemento principal es la belleza y su destrucción, la vida y la muerte, eros y tanatos; nihilismo y aceptar lo irremediable, reflejo de aquel Japón, ante los ojos de Mishima, decadente y humillado tras la guerra.
Opinión:
Opinión:
No hay escritor que me haya leído jamás que pueda igualar la tirantez, la belleza y la dominancia de la sensualidad de la escritura de Yukio Mishima. Tiene una forma de escribir tan suya, tan correcta y, al mismo tiempo, tan cruelmente incierta, que me parece imposible que haya un autor que siquiera se le parezca.
Probablemente, en todos los años que llevo como lectora, que ya no son pocos, sea Mishima el escritor que me he encontrado que tiene la prosa más bella jamás vista.
Sus introspecciones, sus reflexiones, sus pensamientos internos y, sobre todo, la gran coherencia con la que explica las conductas de sus personajes me parecen sublimes.
Para alguien como yo, tan interesada en la psique humana, El Pabellón de Oro ha sido una nueva oportunidad de saber cómo es nuestra especie, cómo piensa, cómo actúa, cómo las emociones, una vez más, llegan a superar cualquier racionalidad que creamos tener.
“El cielo nublado y blanquecino, el rumor de las cañas de bambú removiéndose, los patéticos esfuerzos de un insecto escalando una hoja de azalea, todas esas cosas continuaban existiendo como antes, aquí y allí, sin orden ni armonía… Sí, era extraño: ni siquiera me sentía solidario con la Nada. Y de nuevo me encontré solo”.
Conocí a Yukio Mishima hace muy poquito tiempo. Harán unos meses desde ello, pero ya he conseguido leerme tres obras suyas, y allá que espero pronto cogerme una cuarta.
El Pabellón de Oro es una entre las muchísimas que me quería leer de él, pero me llamó la atención que Mishima, una vez más, volviera a tratar la belleza como algo diablesco y siniestro, una fuerza de la naturaleza que, en su propia cualidad, lleva a la destrucción humana.
Me sentía tan interesada por la premisa, acerca de la obsesión del joven Mizoguchi y sus poco afortunados encuentros con el amor y la sensualidad carnal, que quise de inmediato conocer su historia.
De hecho, apenas exploré sobre lo que me depararía esta novela... ya sabía yo que me encantaría.
Y lo hizo, pero, ahora que indago un poco más, me doy cuenta de que El Pabellón de Oro está inspirada en un caso verdadero, algo que sucedió en este mismo elemento de Patrimonio de la Humanidad... Personalmente, he preferido ser un poco ignorante y no saber qué es lo que iba a suceder en la novela, así que os recomiendo hacer lo mismo.
Pero, si estáis de veras interesados en "entrar en calor" y entender qué pasó con el Kinkaku-ji, en muchas partes encontraréis lo que sucedió el 2 de julio de 1950. Yo recomendaría, aun así, ir a ciegas, porque así se sabe mucho menos de la historia.
“El pensamiento de que la Belleza pudo existir antes en alguna parte, me causaba invenciblemente un sentimiento de malestar y de irritación; pues, si la Belleza existía efectivamente en este mundo, era yo quien, por su existencia misma, me había excluído de él… La idea de que el Pabellón era algo imperecedero me abrumaba, levantando un obstáculo entre él y yo”.
Bueno, dicha ya esta larga introducción, ¡vayamos con la reseña!
¿De qué trata?
Ahora que ya estoy enterada, se podría decir que El Pabellón de Oro está bastante basado en la tragedia del 2 de julio de 1950, una tragedia a nivel nacional pero también mundial que afectó aún más el sentido de patriotismo de la sociedad japonesa derrotada tras la Segunda Guerra Mundial.
Si sabemos un poquito de Mishima, tendremos en cuenta que, para él, ese sentido patriótico, esa cultura nacional, era muy importante, es más, imprescindible.
En sus novelas realza la cultura japonesa, sus bellezas y también sus calamidades, todo lo dota de un orgullo interesante, que probablemente también estuvo relacionado con la trágica muerte del escritor, que por muchos es un ultraje, y, por la mayoría, es una absoluta locura, ya que realizó el harakiri en un personal levantamiento en contra de lo que él consideraba erróneo. En fin, toda una historia.
“El cielo relativamente claro plateaba la superficie del estanque…. Tomé un guijarro y lo dejé acer en el agua. El ruido repercutió de forma tan desmesurada que el aire del controno pareció desgarrarse de pronto. Yo me encogí y me quedé quieto, como si quisiera borrar con mi silencio aquel ruido que inconscientemente había producido”.
A lo que voy es que se puede entender que el 2 de julio llenó de desazón a Mishima. Y, como todos los genios, Mishima decidió entender que había pasado con una tragedia como esta.
Así fue como su imaginación le llevó a idear a un personaje nuevo, un novicio cargando con el peso de una humanidad que él detesta, alguien que sería capaz de cualquier cosa con tal de demostrar al mundo que, para él, la belleza es nefasta y lo ha llevado a la ruina.
Dicho de manera general, El Pabellón de Oro es una historia de obsesión, de belleza y calamidad, una historia que trabaja distintos temas, en especial aquel de la sensualidad, y acaba por desenlazar en un final barbáricamente bueno, que me congeló la sangre de las venas y me dejó completamente helada de miedo, confusión, y también lo que es peor, mucho entendimiento por lo que había sucedido, por el punto al que el protagonista había decidido llegar.
Pero vayamos a lo concreto, que sé que eso nos gusta a todos más: El Pabellón de Oro narra la vida, desde su infancia hasta sus años más veteranos como novicio, del joven Mizoguchi, un chico poco agraciado que, debido a su tartamudez, se ha encerrado en sí mismo y reflexiona continuamente acerca de lo que significa la identidad personal.
Vive lleno de complejos, con muchas inseguridades, y, cuando su padre, un monje budista, le afirma con vehemencia que lo único estable de ese mundo, lo único puramente bello, es el Pabellón de Oro de Kioto, comienza a obsesionarse con tal estructura.
Hasta no verla en persona, no cae en que la belleza del Pabellón de Oro es mucho más compleja de lo que parece.
No es puramente ideal, pero el Pabellón de Oro tiene una fuerza que, cuanto más trata de alejarse, más lo atrae hacia sí.
Hasta tal punto llega su obsesión que, tras la muerte de su padre, Mizoguchi emprende su carrera como novicio en tal sitio, cobijado bajo el maravilloso techo de una importantísima estructura nacional.
Es ahí donde conoce a Tsurukawa, un amigable, tierno y bastante positivo novicio como él que trata de llevarle por el buen camino.
Pero también, prontamente, cuando se inicia a los estudios universitarios, Mizoguchi conoce a Kashigawi, el cual también está impedido por algo físico como él, y es el perseverante Mefistófeles que lo llevará a los senderos más perturbadores de su vida.
Esto, y también la enemistad que va creciendo en Mizoguchi con respecto al superior Tayama Dosen, harán que se precipiten los hechos, y esta ineptitud suya de disfrutar correctamente de la sensualidad lo llevará a tal apuro, a tal ira, que poco a poco se irá encaminando hacia una destrucción segura...
Una trama progresiva, evolutiva y bien desarrollada, con ritmo lento y mucha pausa para pensar, que, además, explica, especifica y diseña perfectamente la psique de un personaje consumido en sus propias obsesiones
El Pabellón de Oro no es una de estas lecturas que tu digas que se leen de una tirada. Y es mejor así, porque cuesta digerirlo, hacerlo todo de una puede hacer que no captemos exactamente esta belleza que nos trata de transmitir.
Pero tampoco diría que es una lectura pesada. ¡Qué va! El ritmo es sencillo, ligero, fácil de seguir, esto permite que se lea todo con mucha facilidad. Y es verdaderamente curioso, porque ya voy diciendo que El Pabellón de Oro, fiel a todos los libros de Mishima, está tan cargadísimo de reflexiones, que a veces pueden ocupar hasta varias páginas.
La trama no es demasiado misteriosa. Trata de una historia de decadencia, la duda que yo tenía en todo momento no era si Mizoguchi se inclinaría ante el mal, sino cuándo esto pasaría, y qué haría de llegar a pasar.
Estaba deseosa de saber de lo que era capaz, pero su declive es muy progresivo, muy paulatino, más o menos como la propia trama.
El argumento es sencillo, consiste en una historia de emociones brutas, emociones en crudo, recién salidas del alma, hay mucho sentimiento descarnado, mucho no entender a la vida, Mizoguchi lanza una pregunta tras otra y trata de reunir unas fuerzas que, sencillamente, no tiene y yo no creía que fuera a recuperar.
Mientras el estado psicológico de Mizoguchi se deteriora, vamos viendo los aspectos más siniestros de la mente humana, como la furia, el odio, la envidia o el miedo ante la impotencia.
El tema central de El Pabellón de Oro es, en realidad, como el de las otras dos novelas que me he leído suyas: el tema es la belleza, y las maneras distintas que tenemos de verla cada persona.
En el caso de Mizoguchi, la encarnación suprema de la belleza está en ese pabellón que tanto admira, y que tanto tiempo de su vida le está quitando, es frecuente que, de pronto, sus pensamientos vuelvan a él, y en ocasiones puede hacerse hasta agobiante, pero esa es la intención de la novela, así que, de encontraros también cansados por esto, ¡seguid leyendo!
Esta obsesión, además, es percibida en distintos puntos de la historia de diferentes formas, por lo que no se hace agotador saber de ella. Va avanzando, como avanza la trama, en la que solo importa Mizoguchi y sus demonios interiores.
La trama está muy bien desarrollada, pese a carecer de argumento complejo, avanza con rapidez y está cargadísima de sentimiento y soledad, esto permite conocer la belleza desde otro punto de vista: desde la necesidad.
Pero el ritmo puede hacerse lento, si a uno no le gusta una novela con muchas reflexiones, esta definitivamente no es la suya, Mishima pilla oportunidad en cualquier parte para dedicarse a pensar, con esa cabeza tan llena de dudas que siempre ha tenido, acerca de las causas y consecuencias de la vida, y ese plano al que siempre llama espíritu que, en ocasiones, parece deteriorarse cuanto más pasa el tiempo.
“Así pues, yo confiaba no tanto en su Belleza intrínseca cuanto en mi propia actitud para imaginar la belleza"
Pero es una novela que se puede leer. No hay que ser un profesional para captar lo que Mishima quiere decir. Sí, hay que ser un profesional para rebatirle, cosa que yo no me atrevería a hacer nunca, pero la novela permite que cualquier persona pueda formar parte de todos estos pensamientos turbulentos que van llegando.
Precisamente si lo que uno necesita es una historia que llene de excusas para reflexionar acerca de un todo absoluto, cualquier obra de Mishima vale, al menos, de las que me he leído, pero esta es verdaderamente exacta en cuanto a el ideal de belleza sólido, inanimado, y sensualmente complicado.
Porque lo más curioso de todo es que, al inicio, esta novela presenta una historia de amor: Mizoguchi se enamora del Pabellón de Oro de Kioto, lo desea con todas sus fuerzas, pero, como tantas cosas en dosis extremas, al final esto se transforma en su destrucción.
¡De veras que os animo a ver de qué manera va acabando con él!
El misterio central: no gira en torno a la novela, sino en torno a la vida misma, a las incertidumbres, a las reflexiones, a la filosofía mundial
Algo muy característico de Mishima es que no deja cabos sin atar, es decir, que en todo momento explica lo que sucede, pone inmediata coherencia a los hechos, es él el que, en su escrito, piensa por nosotros y narra todo lo que pasa de manera muy específica.
Vamos, que, aunque da salida a que nosotros reflexionemos, se puede decir que las reflexiones más, por así decirlo, difíciles, las hace él solito. Si Mizoguchi hace algo, al instante hay varios párrafos que tratan de hacernos ver por qué ha sido así, Mishima es de estos autores que abren el alma a sus personajes y no dejan asomo de duda, quiere, entonces, dárnoslo todo medio hecho.
Incluso estoy comenzando a pensar que, en sí, las reflexiones que suscitan las lecturas de Mishima no son tanto del estilo de "por qué ha hecho esto", sino que son más filosóficas.
En las novelas de Mishima no hay demasiado misterio, ya que él no tarda en explicar todo al dedillo, pero son sus explicaciones, tan profesionales y filosóficas, las que, más que hacernos pensar en la historia que cuenta, nos hace pensar en los problemas metafísicos, de identidad y de la psique humana que lanza al aire.
Es decir, que la novela hace pensar, pero no sobre la misma novela, sino sobre las propias cavilaciones largas y muy expertas del escritor.
“¿Es esto? ¿Es esto lo que me hacía tanto daño, lo que no cesaba de recordarme su existencia de un modo tan desagradable, lo que me clavaba raíces tan tenaces? ¡No es más que materia muerta! Pero, esta cosa y la de hace un instante, ¿son realmente la misma cosa? Si ésta, al principio, formaba parte de mi envoltura exterior, ¿cómo, por qué conexión, ligándose a mi yo interno, pudo convertirse en una fuente de dolor? ¿Sobre qué base reposaba?… Y esa base, ¿existía en mí? ¿O bien existía en este objeto?”
Es un estilo diferente. Se podría decir que la novela es un vehículo para transportar todas las inquietudes que Mishima lleva dentro, un simple acto del protagonista ya hace que todo se llene de perspectivas y encuentros con lo espiritual...
Es muy enriquecedor leer esta novela, pero el misterio no está en el qué va a pasar, ni en por qué ha hecho esto tal personaje, sino en las reflexiones, en algo más global: ¿qué es la vida y qué hacemos nosotros en ella?
Se puede decir, entonces, que esta novela es más como una fosa donde arrojamos todos nuestros sentimientos e inquietudes. Mira un poquito más en esa fosa, y, si te atreves, métete en ella, que encontrarás verdaderas joyas.
Personajes muy bien trabajados, aunque pillaban oportunidades allá donde veían para exponer ampliamente lo que sentían; y un protagonista tan lleno de desesperación, desencanto y fatalidad que se hace verdaderamente interesante de leer
Los personajes son sublimes, podría tirarme horas tan solo hablando de los principales, y eso que, realmente, yo diría que son solo tres, quizá como mucho cuatro.
Tsurukawa es uno de ellos, aunque es el más sencillo, es el más simple, él vive conforme a su felicidad, pero esta mirada tan amigable que tiene, este sentimiento agradable que inspira, puede que no muestre como de verdad es... Y, cuando vamos conociendo lo que realmente sucede con él, entendemos que su sufrimiento es muy grande, y que su espíritu abierto quizá sea el que está permitiendo que tantas dagas le atraviesen el cuerpo.
Kashigawi es más interesante, mucho más combativo. Él es pura dinamita.
Como muchos otros personajes, algo que falla un poco de él es que al final, como excusa para que el autor pueda hablar de sus reflexiones, se le utiliza para soltar largas verborreas sobre pensamientos, les sucede a muchos de los personajes de Mishima, que son utilizados en momentos que a veces no convienen para expresar mucho pensar, pero, en cuanto me habitué a Kashigawi, me di cuenta de que él sí que tenía razones para soltar monólogos extensos sobre su propia existencia y la existencia de las demás cosas, que, en cierto modo, para él actúan por separado.
Kashigawi es muy activo, parecía introvertido pero todo lo contrario, es explosivo y temerario, y se mete en muchos líos, sabe jugar las cartas y aprovechar su impedimento físico de los pies para salirse con la suya.
Es la mala influencia del protagonista, pero también tiene un espíritu muy humano, muy vivaz, y me ha encantado conocer su perspectiva y la manera tan destructiva con la que trataba los temas más delicados.
Mizoguchi es el último personaje del que hablaré en esta reseña, y es el más importante. También está exitosamente trabajado, y me ha dado muchísimo de lo que pensar.
Como Mizoguchi explica, a él le resulta extraña las muestras de ternura de los demás. Es por eso que en Tsurukawa ve algo extraño, algo que no le termina de convencer: Mizoguchi espera y desea una burla por su tartamudez, y el otro novicio ni siquiera parece querer fijarse en ella.
Ya hay algo desde el primer instante que en Mizoguchi da una sensación de fatalidad, de que quiere verdaderamente inclinarse hacia el mal, o, al menos, mirar la realidad desde la condescendencia y la ruptura con el mundo tal cual es.
Dicho de otra manera, parece que Mizoguchi presenta en él un espíritu turbulento y ansioso por deshacerse de todo lo que lo hace humano, e instalarse en algo mucho más anómalo, la identidad que ha adquirido viene dada por su tartamudez, y se siente enfermar al pensar en la sensualidad, en una intimidad con una mujer.
Como pone tanta cabeza a las cosas, al final las situaciones más directas de la vida, como el amor, le resultan insípidas o, lo que es peor, le producen un miedo inexplicable.
Al menos, es así como yo lo entiendo.
Es fácil moverse entre dos racionalidades, pero, cuando se trata de compartir sentimientos, Mizoguchi tan solo lo puede hacer ante el papel, mirar a la sensualidad humana le hace sentir inestable, como el pasaje en el que observa desde el balcón cómo una mujer saca su pecho y da leche a un hombre que debía partir a la guerra.
Al mismo tiempo, se entiende un poco su inestabilidad, ya que va compaginada con otra nueva inestabilidad: la de la guerra.
El miedo que Mizoguchi tiene a morir por ella al final lo traslada a un miedo de que sea la guerra la que deje en ruinas su preciado Pabellón de Oro, lo único que, debido a su inmovilidad y belleza, considera seguro en su vida.
En épocas tan inciertas como la guerra o la posguerra, estoy segura de que aparecen esta clase de pensamientos ilógicos.
“Reflexioné y me dije que las palabras eran seguramente el único medio de salvar la situación; error muy característico de mí: cuando hacía que actuar yo sólo pensaba en las palabras; y como la palabras llegan mal y tarde, me dejaba perder en ellas al intentar dominarlas y acababa siempre por olvidar la acción. Para mí, la acción era algo esplendoroso que debía ir acompañado de un lenguaje esplendoroso”.
"Gana quien realmente mira", es lo que comentó en un pasaje Mizoguchi, en el que, sorpresa sorpresa, volvía a estar pensando en la belleza, en este caso en la de una mujer cansada de ser mirada. Y es cierto, al igual que lo es cuando él indica que su capacidad para mirar algo, como, por ejemplo, el cadáver de su padre, es lo que confirma que él existe.
Quizá por eso Mizoguchi mira más que actúa: porque le gusta pensar que existe, pero no le gusta pensar tanto en que pueda interaccionar con otras existencias.
“Bajo su manto de nieve, el Pabellón resultaba de una incomparable Belleza. Con sus grandes ventanales abiertos por donde penetraba la borrasca, con sus columnas alineadas a un lado y a otro, incluso en su misma desnudez, resultaba una imagen purificadora y tonificante”
Todo esto cambia poco a poco, pues va considerando, en contra incluso de Kashigawi, que la actuación es necesaria para reafirmar esa existencia suya, y para poder cambiar esa impotencia que siente hacia la sensualidad y la sexualidad.
Si no funciona con tan solo observar, si no funciona con tan solo admirar, si la belleza, en todos estos casos, nunca puede ser alcanzada: ¿y si el único acercamiento a ella es destruyéndola?
En cualquier caso, estas son reflexiones mías, pues, como ya he dicho, esta novela da muchísimo sobre lo que reflexionar.
Una prosa que solo puede describirse como de Mishima: coherente, intensa, emocional, reflexiva y grandiosamente introspectiva
Ya lo he dicho en las dos anteriores reseñas de sus otros libros, pero lo repetiré: Mishima crea una belleza inusual con sus palabras. De veras que lo digo.
Es curioso, porque, con una crudeza tan grande como la de una obsesión, Mishima añade muchísima racionalidad al relato, sabe hacer que todo tenga una coherencia interna muy bien ligada, hay un férreo control, porque nada se le escapa.
Y esto tiene que tener tras de sí muchísimo esfuerzo, pero, a medida que uno lee, parece que Mishima no tiene dificultad alguna para ser tan natural, tan envolvente, tan humano con su lenguaje.
El lenguaje que emplea no es de pedantería, pero sí que podría decirse que tiene un tono elevado, un tono que solo interesa a los que quieren lecturas más pesadas, más puestas en la filosofía.
No es una novela que leer para pasar el rato y ya, uno entra de veras en esta historia, uno vive de veras todas las reflexiones, y Mishima saca mucho partido a sus pensamientos, hace que, aunque a veces vayan metidos un poco de manera brusca, tengan sentido en la historia, su presencia es formidable y, a veces, importantísima para ver cómo van evolucionando los personajes.
La prosa de Mishima es muy, muy intensa, es emocional y sentimental, pero para nada pastelosa, quizá todo lo contrario, las emociones que más destaca son las de la impotencia, la incompetencia, la ira y la frustración, la soledad también es algo muy recurrente en sus escritos, y siempre saca el sufrimiento de los personajes y lo expone no como simple dolor, sino como una oportunidad de crecimiento, de entenderse mejor a uno mismo, cosa que, últimamente, no veo que hagan otros escritores.
“Un recuerdo repentino está cargado de un extraordinario poder de evocación. El Pasado no se contenta con arrastranos hacia él. Entre todos nuestos recuerdos, hay algunos, desde luego pocos, que en cierto modo están dotados de poderosos resortes de acero, y cada vez que hoy los tocamos se sueltan inmediatamente y nos catapultan hacia el Futuro”.
Mishima es crítico, pero no suele criticar a la sociedad, como tan fácil es de hacer hoy en día, sino que critica lo que es menos posible de cambiar, que es la naturaleza humana, el instinto, lo que sale de nosotros sin poder evitarlo, lo que siempre llevamos dentro.
La crítica que hace es del alma, por qué somos de esta manera, por qué el deseo nos lleva a cada cual a una destrucción personalizada.
Y esas cosas me parecen interesantísimas, porque tienen que ver con una realidad directa, sabe ver el problema desde la raíz: la sociedad está compuesta por humanos, así que, ¿por qué criticar sus aspectos estructurales, cuando lo que hay que criticar es al que los ha construido? Y no es solo uno, sino que lo somos todos. Y hay cosas instintivas que nos nacen sin poder cambiarlo, y otras que tenemos que pulir. Me parece un genio, ¡de verdad que lo digo!
Sinceramente, estoy casi al 100% segura de que, por su manera de escribir, Mishima es mi escritor preferido, su belleza es alucinante, sobre todo porque, a veces, el significado de sus palabras tras ella es gélido y oscuro, pero consigue presentarlo de una manera magnífica.
En este libro todo eso no cambia, así que, ¡de verdad que espero que os decidáis a leéroslo!
“El Pabellón de Oro dejó de ser una construcción inmóvil. Se metamorfoseó en símbolo de la desaparición del mundo fenomenal”.
Conclusión
En conclusión, El Pabellón de Oro es una novela perfecta para envolverse en muchas reflexiones, para pensar largo y tendido, y para tratar de indagar no solo en la psique del protagonista, sino en quiénes somos nosotros mismos, y por qué somos de esta manera.
Ya que tiene una coherencia tan bien ligada, se puede fácilmente entender todo lo que sucede en la historia, y eso la hace más rápida de leer de lo que podría parecer, pero claro, no es una novela rápida y frenética, sino que es progresiva, lenta, habla de decadencia y la expone poco a poco, así que hay que tener paciencia y tiempo para poder digerir bien la obra.
La prosa de Mishima es ideal, es preciosa y susurrante, a mí siempre me deja llena de incertezas, y sus personajes, que son complejísimos, son la raíz de todo lo que acabo cavilando sobre la historia.
Sinceramente, El Pabellón de Oro es una perfecta novela que trata la belleza material, la sensualidad, la intimidad y la sexualidad desde otro punto de vista, habla de soledad, impotencia y frustración, y su final es realmente rompedor.
¡Muy, muy, muy recomendada!
PUNTUACIÓN
♫ Personajes: 4.5/5
♫ Acción: 3/5
♫ Trama: 3.75/5
♫ Originalidad: 3.75/5
♫ Tensión: 3.5/5
♫ Tensión: 3.5/5
♫ Desenlace: 4.5/5
♫ Prosa: 6/5
VALORACIÓN PERSONAL: 9.75/10
Más reseñas aquí en el blog La Llanura de los Mil Mundos: http://lallanuradelosmilmundos.blogspot.com/
VALORACIÓN PERSONAL: 9.75/10
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